En
la entrada de hoy os voy a enseñar algo que he aprovechado para hacer en los
días que me he tomado de descanso y que era algo que tenía en mi lista de cosas pendientes desde hace ya
muchos años.
En
varias ocasiones os he contado que yo llevo
dibujando y pintando desde que tengo uso de razón. Nunca fui mucho de jugar
con muñecas ni con otro tipo de juguetes, pero los lápices, cuadernos,
pinturas, pinceles y todo lo que tuviera que ver con el arte siempre me acompañaron.
Ya
hace tiempo os enseñé en una entrada unos dibujos
que hice durante un verano en mi niñez y que fueron los que hicieron que
mis padres se decidieran a apuntarme a clases
de pintura. Aquí podéis recordar
esos dibujos.
Y
fruto de mis clases de pintura, fueron muchos los cuadros que hice a lo largo
de mi infancia y juventud. En esta entrada os enseñé algunos de ellos.
Casi
al mismo tiempo que hacía estos cuadros al óleo fue cuando descubrí lo de
pintar camisetas. Y aquí os enseñé
algunas de las que hice en aquella época.
Pero
de siempre ha habido algo que, por más que lo intenté en varias ocasiones, no
conseguí que me saliera nada decente. Y se trata de los retratos. Yo creo que no hay nada más complicado de dibujar que un
retrato, porque no se trata sólo de saber la técnica para que el dibujo tenga
calidad, sino que hay que añadir que el dibujo consiga reflejar la expresión de la persona retratada y eso ya es otro
nivel.
En
mi juventud hice muchos intentos,
pero nunca llegué a conseguir hacer nada decente. Reconozco que yo soy muy
exigente conmigo misma, pero creo que también soy objetiva y cuando algo no
sale, no sale por mucho que uno quiera.
El
último retrato que hice (o más bien
intenté hacer, porque no salió muy allá…) fue uno que regalé a mi marido cuando aún éramos novios y que tenemos por aquí
por casa.
Este
fue el retrato que le hice, que como ya os digo, tiene miles de fallos, aunque
poniendo uno un poco de su parte, se puede adivinar que es él:
El
retrato de mi marido tiene ya 16 años.
Y después de todo este tiempo sin haber vuelto a intentarlo, este verano me propuse un reto: hacer retratos de mis hijos.
Así
que me fui de vacaciones preparada con el material necesario para poder
hacerlos y comencé por mi hijo Iván.
Este
ha sido el retrato de mi hijo mayor:
Y
esta fue la foto a partir de la que
lo hecho:
Cuando
terminé con el de Iván, y como había quedado más menos satisfecha con el
resultado, me animé y seguí con retrato de mi hijo Abel y así es como resultó:
La
foto que tomé como modelo fue esta:
¿Qué
os parece cómo han quedado? Yo se que tienen muchos fallos, pero no sabéis lo
orgullosa que estoy de haber logrado por fin quitarme esa espinita que tenía desde hacía tantos años…
Se
suele decir que para captar el alma de una persona en un retrato, hay que
conocerla a fondo. Igual esa ha sido la clave: ¿a quién puedo conocer más que a
mis propios hijos? No se si volveré a atreverme con algún retrato más, pero al
menos ya puedo tachar una cosa de mi lista de “pendientes de hacer”.
Besos
y hasta la próxima entrada.
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