Hoy
voy a hacer una entrada que nada tiene
que ver con lo que suelo enseñaros, pero me ocurrió algo hace varias
semanas que me gustaría contaros, porque me resultó especialmente curioso.
jueves, 29 de septiembre de 2016
OBSOLESCENCIA PROGRAMADA
Hace ya
tiempo, en televisión emitieron un documental que se llamó “Comprar,
tirar, comprar. La historia secreta de la obsolescencia programada”. En este documental hablaban sobre como los
productos de consumo se fabrican para que tengan una duración determinada (que
ya viene establecida de fábrica) para obligarnos a tener que consumir
constantemente.
Aquí os
dejo el enlace del documental, por si queréis echar un ratito viéndolo:
También
recuerdo como en una ocasión se nos estropeó el elevalunas eléctrico de una de las ventanillas del coche. Había fallado no se qué pieza. Pues justo una
semana después, le ocurrió lo mismo a la
otra ventanilla. Está claro que la duración
de esa pieza estaba totalmente programada.
Y como ya
os podéis hacer idea de qué va todo esto, os voy a contar ahora, con fotos
incluidas, lo que me ocurrió un día que tuve que salir de compras en busca de
camisetas para decorar.
Se me
ocurrió ponerme unas chanclas que tengo desde hace ya… uf, ni me acuerdo de cuánto
tiempo hace que las tengo. El caso es que iba yo toda mona (bueno, tampoco
tanto, jeje) conjuntada en negro
y turquesa y para terminar de combinar hasta en los pies, cogí
mis chanclitas turquesas que me encantan sobre todo por lo cómodas que son (o
más bien debería decir “que eran”…).
Al bajarme
del coche para entrar en la tienda, empecé a notar que la superficie
sobre la que pisaba era un poco ondulada. Así que mentalmente me puse a criticar a los que habían
colocado el suelo de la tienda: “mira que
poner un suelo que no está bien nivelado…”
Pero a
medida que iba andando por la tienda, cada vez tenía la sensación de que el
suelo era más irregular. Ya me pareció raro, así que se me ocurrió mirar al
suelo para ver por qué tenía esa extraña sensación.
Y para mi
sorpresa, resultó que el problema no estaba en el suelo, sino en mi zapato.
De repente vi que al andar iba dejando un rastro de mijitas que parecían como
arenilla. Levanté entonces el pie y de pronto un trozo de tacón cayó al suelo. ¡No me lo
podía creer! Cogí el tacón rápidamente y lo guardé en el bolso, porque no era
plan de ir dejando los restos de mi difunto zapato por allí.
En ese
momento pensé que a ver cómo conseguía yo seguir andando con medio zapato
desaparecido. Empecé a plantearme que tendría que ir a comprarme unos zapatos de urgencia, los que fueran.
Pero cuando
estaba liada entre mi dilema de qué hacer con el zapato y de buscar la talla de
la camiseta que necesitaba, de repente se
me cae el tacón del otro zapato. ¡Esto ya
fue demasiado para mí!! Ahora ya sí que tenía que ir urgentemente a comprarme
unos zapatos, porque así no podía seguir andando.
Por suerte,
en la misma tienda en la que estaba también tenían zapatos, así que directamente
allí mismo los compré y antes de salir por las puertas ya iba yo con mis
zapatitos nuevos.
Y os dejo
para que veáis el estado tan
lamentable en el que quedaron los zapatos:
Estuve a
punto de tirarlos en una papelera que tenían en la entrada de la tienda, pero a
mi marido se le ocurrió que podría ser un buen tema para contar por aquí, así
que me volví a casa con este engendro para poder hacerle las fotos
correspondientes para ilustrar esta entrada.
Desde
luego, está claro que los zapatos también fueron fabricados
con fecha de caducidad y murieron los dos zapatos
justo en el mismo momento.
Es una pena
que vivamos en una sociedad en la que el “usar
y tirar” sea lo habitual y nos lo vendan como un símbolo del progreso. Así resulta
cada vez más difícil enseñar a nuestros hijos que las cosas se pueden intentar reparar y
aumentar así la vida útil de los objetos. Y es que,
¿quién puede intentar reparar algo que ha quedado absolutamente inservible, como ha sido este claro ejemplo?
Ojalá algún
día el mundo deje de ser el lugar consumista que es a día de hoy…
Besos y
hasta la próxima entrada.
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